Santiago (28) todavía vive con su madre y no tiene trabajo ni proyectos reales. Para sentirse independiente, durante el invierno decide mudarse a la casa de veraneo de su familia en un balneario de la costa. Sus vínculos humanos en este lugar desierto se reducirán a su vecino, un padre de familia obsesionado con la inseguridad, y al bicicletero de la zona, un alcohólico que porta un nunchaku casero y reclama su amistad.