En una pieza descascarada, no más amplia que una celda, Moacir recibe al músico Sergio Pángaro -anteojos negros, bigote anchoíta, parquedad- y planifican la grabación de un disco, con canciones de Moacir Dos Santos, cuyo nivel de entusiasmo es sólo equiparable con el de su simpatía, su candidez (para ser entusiasta se necesita ser cándido), su extravagancia sin impostación. El motor ficcional que es dicha grabación se va transformando en un hecho verdadero, mientras vamos conociendo la vida y pensamientos de Moacir.