Filigrana está en el mejor momento de su carrera artística. Su camerino está repleto de flores y siempre del mismo admirador: Guillermo Harrison que le pide que se case con él. Filigrana dice haber oído esas mismas palabras en boca de otro hombre, el conde de Montepalma, jugador y mujeriego al que amó y que sin embargo la humilló por ser gitana.